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Niños

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 14 de agosto de 2015 a las 04:00 hrs.
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Cuando el año pasado se conoció la ley de eutanasia infantil promulgada en Bélgica, garantizando a niños de cualquier edad el derecho de pedir la propia muerte por considerar que su enfermedad era incurable y su dolor insoportable, un estremecimiento de horror e indignación sacudió la conciencia mundial. Más aún cuando se difundieron algunas de las razones que supuestamente avalaban la concesión y ejercicio de tal derecho. Una de ellas era que la experiencia del sufrimiento aceleraba y aseguraba la madurez del niño para discernir racionalmente. Al consagrar este "derecho" del niño, la institucionalidad del país reconocía su fracaso en tutelar eficazmente la vida y educación de sus miembros más pequeños y buscaba maquillar su incompetencia e impotencia sacando de la nada un inédito justificativo: aun en la más temprana edad, y cualquiera sea su nivel de formación y cultura, un niño tiene la facultad y capacidad jurídica de decidir poner término a su existencia.

"Locuras europeas, extravagancia de ricos", pensaron muchos. "Esto no podrá ocurrir en Chile". No supieron desentrañar el núcleo a partir del cual se incubaban estas auténticas locuras, demenciales y letales extravagancias: el culto idolátrico a la ideología de la libertad y derechos sin límites. Paradojalmente, este modelo ideológico identificado con el sistema capitalista neoliberal quiere fundirse, en nuestro país, con su recalcitrante enemigo, el modelo marxista, para el cual todas las libertades han de subsumirse y subyugarse bajo el poder omnímodo del Estado, controlado por la elitista cúpula del Partido. Se está fraguando un proyecto de ley, de matriz y patrocinio comunista, que en la más ortodoxa y extrema aplicación del liberalismo busca exaltar la racionalidad del niño, configurándolo como un sujeto de plena capacidad jurídica para tomar sus decisiones sin intromisión ni conocimiento de sus padres. Su intimidad personal, sus espacios privativos, sus comunicaciones con terceros, las amistades que frecuente, las consultas con su médico, dónde se encuentre, con quién salga o esté, lo que haga dentro o fuera de casa formarán parte de su discrecional esfera de poder y autotutela. La autoridad paterna quedará reducida al deber de proveedor y espectador de cuanto el niño soberanamente decida y reclame como necesario.

Pero la naturaleza aborrece el vacío. La ausencia o impotencia de los padres en relación con sus hijos no tardará en ser colmada con la omnipresencia y omnipotencia del Estado. El viejo sueño utópico del añejo marxismo se habrá hecho realidad: ¡ah, el Estado!; es decir, ¡ah, el Partido! se hará cargo, será el nuevo dios redentor y providente, el que se fagocitará la mentirosa libertad prometida al niño y dispondrá de cada creatura con la fría, implacable naturalidad con que se menosprecia y desecha al esclavo! . Claro: todo esto para "garantizar los derechos y el mejor interés del niño".

La mentira es siempre liberticida.

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